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No son iguales las emociones
que los estados emocionales. Las primeras surgen a partir de la
interpretación que hacemos de las cosas que nos suceden, son de corta duración,
van y vienen marcando nuestro día a día pero sin persistir; en los estados emocionales vivimos, de ahí que
haya personas que muestran en su día a día un talante alegre, vitalista y
optimista mientras que otras viven enfadadas, resentidas y con sentimientos
agrios.
Esa forma de enfocar la vida
afecta a nuestro interior, de forma que cuando realizamos valoraciones
positivas o negativas sobre lo que nos sucede, nuestro organismo genera
hormonas que nos ayudan a adaptarnos a la situación, vivir con plenitud y
entusiasmo o por el contrario a situarnos en el foco de la negatividad. En este
sentido la serotonina está vinculada al bienestar, al tiempo que disminuye la
agresividad; la dopamina con la
felicidad, pero es peligrosa ya que podemos tomar decisiones de las que nos
podemos arrepentir. Sin embargo, un exceso de tetosterona favorece la agresividad,
mientras que el cortisol destruye
nuestro sistema inmunitario.
Ahora bien, es inevitable que en
la interacción con otras personas tengamos encuentros desagradables a los que
conviene saber hacerles frente, fundamentalmente para preservar nuestra salud
física y psicológica, siendo este un rasgo muy cierto de que se tiene
inteligencia emocional.
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Algunas pautas para enfrentar
enfados, malas caras, malos modos al tiempo que evitamos contagiarnos de
este conjunto de emociones negativas:
Comprender que las personas nos enfadamos cuando
sentimos que alguien trata de sobrepasarse con nosotros o nuestras cosas,
por tanto intentar empatizar con el otro/a y valorar nuestra parte de
responsabilidad.
Abordar el asunto de forma exclusiva, no incluir
otros temas que nada tengan que ver.
Si la persona está muy enfadada, no entrar al trapo
de provocaciones e intentar dejar la discusión para cuando esté calmada.
Evitar rumiaciones, es decir, no dar vueltas a lo
que el otro/a ha dicho para evitar cargarnos de agresividad y agrandar el
problema.
Si finalmente nos hemos contagiado del enfado y
cargado de adrenalina y cortisol, lo mejor es tratar de dejar la discusión
y calmarse. Ya se sabe dos no discuten si uno/a no quiere.
También podemos:
Ø
Hacer respiraciones profundas.
Ø
Irnos a dar un paseo a paso rápido
para irnos regulando y segregando
endorfinas que nos van a permitirnos relajarnos.
Ø Si tienes cerca alguien de confianza y que sepa escuchar,
también puedes hablar del problema evitando contagiar al otro.
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