TORREDELCAMPO ANTE LAS DROGAS

Programa de prevención de drogodependencias comunitario dependiente del Ayuntamiento de Torredelcampo, y la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía

viernes, 26 de junio de 2015

UNA HISTORIA DE SUPERACIÓN PERSONAL

En diciembre de 2013 y con motivo del 25 aniversario de mi Asociación, ALJAMA, se me pidió colaboración para el acto que este día se iba a celebrar. Para mí fue un orgullo que me eligieran por ser la mujer que más tiempo llevaba en la asociación sin beber (trece años y medio). La idea me gustó, porque por fin podría decirles a todos como había sido mi vida con el alcohol, pero por otro lado me daba miedo y vergüenza hablar delante de tantas personas: autoridades, compañeros de otras asociaciones, familiares, pero sobre todo sabía que me iba a costar mucho hablar delante de las dos personas que más de cerca habían sufrido mi enfermedad: mi madre y mi hermano. Esto último era a la vez lo que me echaba para adelante, contar a todos como había vivido yo mi enfermedad. Hablarles de mis sentimientos. Sabía que iba a ser duro, pero a la vez gratificante, así que me decidí. Hoy también me decido a escribirlo para vosotros, espero no decepcionaros. Esta es mi historia y así la conté aquel día:
      Buenas noches a todos. Para los que no me conozcáis, me llamo Puri y soy alcohólica.
      Os voy a contar mi historia, lo que ocurre es que es muy difícil resumir 45 años en unos folios. Más aún cuando han sido tan intensos y en los que he vivido tantas cosas.
      Mi infancia fue bonita, no tengo recuerdos malos. Mi familia era y es una familia humilde y trabajadora. Yo era la niña de la casa, porque era la más pequeña. Mi hermano, cuatro años mayor que yo, era una máquina: estudiaba (sacando las mejores notas), y a la vez trabajaba (de camarero, en la aceituna, vendimia…). Era impresionante, lo admiraba y lo admiro.
      Yo empecé a hacer lo mismo que él. La verdad es que yo también era buena estudiante y trabajadora, pero pronto se empezaría a torcer todo.
      Recuerdo mi etapa del colegio  con un sabor agridulce. Yo era una niña muy delgadita y bajita, a la que los profesores querían mucho y que siempre estaba rodeada de compañeros. Pronto me daría cuenta del motivo de tanto éxito, “mis notas”, pero a la hora de la verdad siempre estaba sola y muy acomplejada.
      Mis tonteos con el alcohol empezaron a los 16 años más o menos. Antes bebía, pero sólo los fines de semana y lo que se consideraba “normal”. Acababa de terminar una relación de dos años con un chico y tuve que buscarme otros amigos, los míos todos tenían pareja y esto me hacía sentir incomoda, pero me era muy difícil relacionarme.
      Aunque no lo parezca, siempre he sido una persona tímida, con bastantes complejos y con la autoestima muy baja. Mi arma para relacionarme en el instituto y fuera seguía siendo la misma, mis notas. Tod@s querían hacer los trabajos conmigo, pero a la hora de quedar fuera del instituto, me sentía sola, a un lado. Me costaba relacionarme, aunque yo intentaba que no se notara.
       Un día antes de salir de casa, me tome una copa. Ese día descubrí que era más valiente, simpática, animada, divertía al grupo e incluso era capaz de ligar. Así empezó todo, una copa antes de salir y luego alguna más con los amigos. Me lo pasaba genial y ellos conmigo.
       Un día me dije, si esto me sirve para relacionarme cuando salgo, también me puede servir para hablar con un profesor, para ir a la compra y no temblar a la hora de pagar, etc. El final os lo podéis imaginar. Empecé a necesitarlo para casi todo, o mejor dicho, para todo en mi día a día. El alcohol se convirtió en la ayuda que yo necesitaba y por lo tanto, la tomaba.
       Mi etapa en la universidad ya fue diferente al colegio y al instituto. Los dos primeros años fueron bien, pero a partir de ahí todo cayó en picado. El alcohol ya me acompañaba en mi bolso, sobre todo como ayuda a la hora de un examen o para hablar con algún superior. Era la única forma de calmar mis nervios y temblores de voz, o por lo menos eso pensaba yo.
       Pronto me di cuenta de que tenía un problema, pero pensé que lo podía arreglar cuando quisiera. Para entonces mis amigos ya eran otros. Todas las personas de mí alrededor empezaban a darse cuenta, pero yo negaba todo lo que me decían. Les hacía creer que estaban locos, que yo era la que estaba bien. Aunque en el fondo, sabía que no era así. TENÍA UN GRAN PROBLEMA.
       Después de estar así unos nueve años, empecé a degradarme y a encontrarme mal, ya no me servía para lo que yo quería. Vivía sólo para el alcohol. Me pasaba el día bebiendo y la noche, pensando cómo conseguir el dinero para comprar una botella, dónde comprarla (ya me conocían en todos sitios), dónde esconderla. Porque eso era otra, mi familia se convirtió en una bandada de espías, se sabían todos mis escondites. Ellos y mis amigos lo sabían TODO. Con estos últimos tampoco podía beber. Ellos sabían mi problema, pero yo era más ”lista” que ellos(o eso creía). Lo que hacía era salir de casa con alguna copa y así aguantaba más tiempo sin beber. A veces me pasaba, no encontraba cual era el límite y me tenía que quedar en casa, por supuesto BEBIDA. Cuando no, tenía otro remedio. Me llevaba una botellita en el bolso y de vez en cuando, viaje al servicio y trago. Lo que no pensé es que ahora mis amigos se habían convertido en mis enemigos. Me controlaban, se chivaban a mi hermano si salía bebida. Los odiaba. Estaba controlada por todos lados. Mi familia y mis amigos estaban en mi contra.
      Un día harta de todo, decidí que ya no quería beber más. Intenté no beber, pero me fue imposible. Descubrí que no podía dejarlo. Fue muy duro, lloraba, me maldecía por haber llegado a este punto. En definitiva, ME ODIABA. Pero todo esto de nada servía, tenía que seguir bebiendo para poder vivir. ¿Qué podía hacer? El alcohol me tenía atrapada. No lo entendía, no quería beber y bebía. No me gustaba beber y lo hacía, con la nariz tapada. ¿Qué me había pasado? Cuando me iba a la cama, juraba por lo más sagrado, que no volvería a beber, al rato me tenía que levantar y llorando, echaba un trago a la botella de ginebra, o de lo que tuviese en mi armario, para poder dormirme unas horas.
    Así fueron pasando los años. Un calvario para mí, para mi familia y para todos los que me querían. Siempre he dicho que el dolor no se puede medir, la familia lo pasa muy mal, pero os puedo asegurar que YO, también he sufrido mucho.
    En el año 1995, mi hermano decidió llevarme a un centro para drogodependientes (eso sí, yo nunca me negué a acompañarlo donde me decía, otra cosa es que estuviese convencida). El experimento no sirvió conmigo. A los dos años de estar allí me dieron el alta. Este día me acompañaron mis amigas Ana y Puri, pobrecillas que mal se lo he hecho pasar. Durante esos dos años, seguí bebiendo, de hecho cuando me dieron el alta bebía más que cuando entré. Mi hermano alucinaba, pensaba que lo mío ya no tenía arreglo. Otra desilusión más para él y para todos los que habían confiado en mí, pero mi hermano siguió luchando por mí.
     A todo esto yo seguía bebiendo. Como podéis imaginar cada vez más cantidad y cada vez me sentaba peor. Mi casa era un desastre. Todos pendientes de mí, menos mi padre. Quizá porque estaba enfermo o quizá porque delante de él no se hablaba del tema. Doy gracias porque nunca se diera cuenta.
      Fue en 1999 y tras el fallecimiento trágico y repentino de mi padre cuando vino el desastre total. Fue horroroso. Mi padre decidió por sí mismo no vivir más. Fue su decisión, pero para los demás fue difícil de asumir. Desde ese momento ya no me separaba de mi botella. Sólo estaba ella en mi mundo. Incluso dormía con ella. Era mi mejor amiga, la que me hacía olvidar todo aunque fuese un momento.
      Para mi madre fue el año más duro.  A la muerte de mi padre, se unía el que su hija se estaba perdiendo poco a poco. Vivíamos las dos solas, aunque mi hermano, siguió ahí todos los días (respaldado siempre por su mujer, mi cuñada Ana).
       Mi familia y mis amigos estaban destrozados, “YO TAMBIÉN”.
       Un día recuerdo que era sábado y después de haber pasado once meses de la muerte de mi padre, viendo que la cosa iba a peor, decidió llevarme a un médico que él conocía. Este señor nos dijo que estaba muy fastidiada y tenía que dejar de beber, de lo contrario me quedaba poco, menos de un año nos dijo. Yo ya lo sabía, pero ¡como lo dejaba sino podía…!
        Mi hermano siguió buscando, hasta que ese mismo día encontró un centro en las páginas amarillas y llamó. Según él, le había atendido una chica muy simpática que tenía el mismo problema que yo. Nos citó para tres días después.
        Por fin llegó el día, 23 de Mayo del 2000. Estuve nerviosa todo el día. Me imaginaba aquel lugar lleno de hombres mayores, que habían perdido todo, desaliñados….no sé, lo que siempre hemos imaginado todos, o casi todos, que es un alcohólico. Mi sorpresa fue mayúscula. Nunca podré explicar con palabras lo que yo sentí al entrar allí.
        Mi hermano (que por supuesto me acompañó), llamó al timbre. Abrió la puerta un señor con el aspecto que más o menos había imaginado. Me asusté un poco porque no sabía si todos iban a estar así. Se presentó como Paco y la verdad es que era un señor muy extraño y a la vez agradable. Nos acompañó a una sala grande, pero muy acogedora. Tenía una mesa camilla donde se encontraba sentado antes de nosotros llegar. Empezó a charlar como si nos conociera de toda la vida. Según él era biólogo, toda su vida se había ido al traste por culpa del alcohol y ahora vivía en la calle y con la mochila a cuestas. La verdad es que resultó muy entretenido. De repente entró en la sala un chico joven, guapo, educado…, nos dijo que era Miguel Ángel, psicólogo y técnico de la asociación. Me invitó a pasar a su despacho. La primera pregunta que me hizo fue “¿Por qué has venido a un sitio así? Mi respuesta le sorprendió: “Porque soy alcohólica” le dije, ¿Por qué lo sabes? Insistió el chico, “porque quiero dejar el alcohol y no puedo”  “AYUDAME” y vaya si lo hizo. La cara del chico era sorprendente, según él nadie antes le había dicho tan claro lo que quería en su primera consulta.
       Antes de dar estas respuestas tan claras, ya llevaba muchos años dando tumbos y sabía perfectamente el problema que tenía. Ese día después de tantos años me atreví a decir lo que sinceramente sabía que era: una mujer Alcohólica.
      Seguidamente me vio una doctora, Pilar, la que corroboró lo que el primer médico me dijo. Me encontraba muy tocada. Después de las visitas con los profesionales, me pasaron a una habitación muy pequeña, donde sólo había una mesa camilla y varias sillas. La verdad es que me sentía muy a gusto en esa solitaria salita. Al momento apareció ella, una chica alta, guapa y con muy buen aspecto. Muy sonriente me dijo: “hola soy Paqui, el sábado hable con tu hermano por teléfono y ante todo no tengas para un día.
       Yo la miraba y me decía: ¿Cómo va a tener problemas con el alcohol una chica con tan buen aspecto?, pues sí, era ella. Empezó a hablarme sobre su vida y cada cosa que me contaba era mía. Me reflejé en ella en cada momento. Fue un rato emocionante, por lo menos al no verme como un bicho raro. Ya no era yo la única persona del mundo que hacía esas cosas.
        Cuando creí que mi primera tarde en la asociación había acabado, Miguel Ángel, me acompañó a una sala donde estaban el resto de compañeros. Según él, esto no se solía hacer el primer día de visita, pero a mí me veía muy segura. Había hombres y mujeres de todas las edades. Yo estaba “cagada”. Recuerdo que Paqui, la chica con la que hablé, se sentó a mi lado y no me soltó la mano en todo el rato.
      Pronto empecé a sentirme bien, pero a la vez rara. Todos se conocían y tenían una relación envidiable entre ellos. No paraban de darme buenos consejos y ofrecerme su ayuda. Me di cuenta de que eran una gran familia. Se entendían a las mil maravillas. Entonces pensé: “he venido al sitio adecuado”. Mi hermano estuvo en otra sala con los familiares y sintió lo mismo. Esta vez habíamos acertado.
      Han pasado trece años y medio desde aquel día. Recuerdo a todos y cada uno de los compañeros que han pasado por ahí: enfermos, familiares, técnicos…. Nunca los olvidaré, cada uno de ellos dejó en mí una huella imborrable y de cada uno de ellos he aprendido mucho.
       Ese día cambió mi vida. Dio un giro de 360 grados. Empecé a salir con mis amigos, me divertía sin tener la necesidad de beber y ellos estaban muy orgullosos de su amiga.
       Yo seguía acudiendo a ALJAMA cada martes y cada sábado. Escuchaba a todos mis compañeros y ponía en práctica lo que me decían. Todos y cada uno de ellos me caló hasta lo más profundo. Sus testimonios y sus consejos me hicieron sentir muy bien en aquel lugar. Recuerdo sobre todo los consejos de Pepe, Jesús, Marcelino, Lolo…. Y Antonio. Este último, Antonio, empezó a hacerme sentir incomoda en las terapias. Pronto descubriría el motivo, “me gustaba”. Cada vez que me miraba, sentía un cosquilleo en el estómago como no había sentido nunca. Definitivamente ESTABA ENAMORADA.
        Tres años después, el 15 de Agosto de 2003, aquel chico moreno, guapo, agradable y del que todos los días aprendía algo, se convirtió en mi marido. Fue uno de los días más bonitos de mi vida, para mí y para todos los que me querían, parecía un sueño.
        He tenido muchas ayudas dentro y fuera de ALJAMA, pero como podéis imaginar, él ha sido un pilar muy importante en mi rehabilitación. Siempre está ahí y quien mejor para entenderme, que una persona con el mismo problema que yo. Juntos hemos superado muchos momentos amargos, pero siempre sin alcohol. Aunque no penséis que todo ha sido malo. Con él he vivido los momentos más felices de mi vida y espero seguir haciéndolo.
        Fruto de esa relación nacieron María y José Antonio, dos preciosos retoños que son nuestra vida. ¿Quién me iba a decir que me ocurriría todo esto? Pues si todo puede cambiar si uno quiere. Yo lo hice y como me alegro.
        Como veis, la historia de mi vida bien podía ser un cuento de hadas, para mí así lo es.
       Pero mi cuento no acaba aquí, no tiene FIN, sigue cada día y cada semana con las personas de las que tanto he aprendido y sigo aprendido, a las que se unen mis amigos y mi familia.
       Pienso que el secreto de todos estos años sin beber está en la constancia, en la sinceridad, humildad y sobre todo en haber dado el paso de reconocer que soy alcohólica y que no quiero beber nunca más.
       Cuando me preguntan, ¿Qué es para ti ALJAMA?, siempre digo lo mismo” TODO”. Cuando llegué estaba perdida y ellos me enseñaron a vivir. No tenía nada (y no me refiero a lo material), no tenía vida. Ahora, aunque no lo parezca, lo tengo todo. Soy PERSONA, que es lo más importante y que yo había dejado de ser, para convertirme en una piltrafa. Una persona capaz de enfrentarse a todo sin alcohol. Eso me lo ha dado ALJAMA, a esta asociación le debo mi vida.
        No quiero terminar sin recordar y dar las gracias a cada una de las personas que han sido claves en mi rehabilitación:
        -En primer lugar a la familia de mi marido, a los que considero mi familia y que siempre he tenido ahí cuando los he necesitado, a mis amigos, (de los que siempre he presumido y de los que seguiré haciéndolo mientras viva, de ser los mejores amigos del mundo),a mis primas (incluso a las que se encuentran lejos), a mi MADRE ( que ha sufrido mucho con mi enfermedad), a mi cuñada ( siempre apoyando a mi hermano) y especialmente quiero dar las gracias a este último, sin mi hermano nunca hubiese dejado el alcohol, gracias HERMANO.  También quiero dar un fuerte beso a mis sobrinos: Lolo y Elena. Eran pequeños cuando yo bebía, pero sobre todo él, se daba cuenta de todo. Os quiero mucho a los dos.
         -A los técnicos que han pasado por ALJAMA: Luis Enrique (persona encantadora y que me ayudó muchísimo), Miguel Ángel (gran técnico, gran persona y gran amigo. Para mí, como su nombre indica, un ángel), a Antonio España (nunca he conocido a una persona tan trabajadora y profesional como él) y por supuesto a los chicos de prácticas, en concreto: Rocío, Borja y Begoña. A nuestras dos técnicos de ahora mismo, Victoria y Cristina (jóvenes, guapas, trabajadoras, profesionales….) gracias, sois muy especiales para mí.
        -A todos mis compañeros, a los que lleváis más tiempo deciros que lo nuestro es una gran amistad y a los que lleváis menos, deciros que sigo viniendo por vosotros, escucharos me ayuda mucho. Me enseñáis algo nuevo cada día.
       -A mi marido y a mis hijos, los tres son lo más importante en mi vida.
       -Por último, quiero enviar un beso a todos los compañeros que estaban cuando yo llegué y que por un motivo u otro ya no están con nosotros. Especialmente a aquellos que desde el cielo nos siguen ayudando a seguir adelante: Paqui, Mari, Jesús y Marcelino. Y como no a mi padre que seguro está con ellos. Os echo muchísimo de menos y espero que me sigáis dando fuerzas y ayudando cada día.
      Gracias ALJAMA Y gracias a todos los que habéis perdido un ratito de vuestro tiempo para escuchar a una servidora.
      Sólo espero que mi historia sirva para ayudar a quien lo necesite y sobre todo que sirva para enviar un mensaje a todas aquellas personas que crean tener un problema con el alcohol. Deciros tanto a vosotr@s como a vuestros familiares que no perdáis la esperanza, si yo salí de este pozo, cualquiera puede hacerlo. No os podéis imaginar lo que se siente al salir de ese mundo y empezar una vida nueva, del alcohol se sale y en lo que yo pueda ayudaros aquí estoy. Un beso muy fuerte para tod@s.
       De este día ha pasado algo más de un año y medio. Aunque hay muchas cosas que han cambiado, entre ellas mi marcha de la asociación, pero a la que sigo y seguiré llevando en el corazón. Otro cambio ha sido que he encontrado trabajo, posiblemente no sea el mejor trabajo del mundo, pero un trabajo conseguido sin alcohol y esto me hace muy feliz. En lo demás pocos cambios, mi familia, mis amigos…..todos seguimos igual de bien. Tenemos nuestros problemas como cualquiera, antes mi vida era un problema.
       Por último me quiero referir a todas y cada una de las personas que poco a poco han ido conociendo mi historia. Mamas y papas del colegio de mis hijos, vecinos del pueblo, compañeros de trabajo…..Quería darles las gracias por cómo me han tratado y me siguen tratando, como a uno más de ellos, no haciéndome sentir diferente, entendiendo mi problema como algo que le puede pasar a cualquiera y en ocasiones haciéndome sentir muy especial. Quizá también sea porque yo cuento mi historia con mucha naturalidad y así lo seguiré haciendo.
GRACIAS DE TODO CORAZON, vuestra amiga PURI.